sábado, 6 de agosto de 2011

El Duende y el Guerrero

Hubo en un tiempo no muy lejano, tal vez tú ya conozcas la historia, un guerrero que se perdió en un bosque. Era un bosque cualquiera, olía a árboles y a salvaje, a tierra, pero sobretodo no olía a sangre, ese rastro rojo de dolor, de caída en el combate, esa sangre… que a veces no se puede ver, pero está ahí. De igual manera en ese bosque no olía a informes, a maletas, a coches, a basura ni tampoco a órdenes. Absolutamente lejos de todo lo que rige el mundo en su día a día, del lugar del que proviene, de la vida que ha vivido. Casi parecía un amago de libertad mas olía a soledad. Un amplio terreno verdoso y marrón, un bosque sin límites de altos árboles y tierra cálida. El silencio del canto de algún pájaro y el frotar de las hojas contra un corriente de aire. Paisaje simétrico, infinito…

El guerrero el que os hablo vestía un traje con corbata, camisa blanca y zapatos marrones. Llevaba una maleta de piel, pero la había perdido. ¿Cómo? Ni idea, no estaba, simplemente. Empezó a caminar, deambulando sin saber ir ni regresar a ningún lugar.

Pero no importó.

No le importó desaparecer, perderse, y volver a aparecer allí. No le importó no tener comida ni el hecho de no llevar ropa de recambio. No le importó cuándo volvería ni adónde. No le importó absolutamente nada, ni siquiera no tener agua. No le importó encontrarse sin nada. No le importó no dejar nada atrás. No le importó nada de lo que podría pasar si no volvía a dónde fuese.

La mente del guerrero estaba completamente en blanco, no había en ella ningún recuerdo ni pensamiento futuro. Ambiguamente cerca y lejos de  la realidad, ni rico ni pobre. Simplemente no había nada… Nada de nada. Pero, ¿Qué sucedió con el bosque en el que estaba? ¿Acaso no lo estaba viendo con sus propios ojos?... No, no había nada, en absoluto, porque el bosque había desaparecido después que montones de basura empezaran a cubrirlo. De repente, había muerto contaminado.

El guerrero cerró los ojos, puede que por instinto, para alejarse de aquello que le rodeaba y concentrarse en si mismo, y de la misma manera los volvió a abrir. Esta vez, se encontró rodeado de nubes de ocaso. Al fondo del infinito, un arcoíris. De repente todo se tornó negro, un manto oscuro, espeso, absolutamente negro… ¿La nada qué color tiene? Allí, en aquel momento, era negra. Un escalofrío insano le recorrió el cuerpo y le hizo cerrar los ojos con una mueca y abrirlos con un grito ahogado.

De nuevo en un bosque, pero este era diferente. Las hojas eran afiladas como cuchillas sobre las cuales había miles de gotas de rocío. Congeladas. Y frente a él se extendía  un amplio lago de aguas heladas, tan heladas que se hubiera podido caminar por encima. Una corriente de aire libre se deslizaba entre los árboles libremente. Alzó la vista. No divisó el cielo, sólo inmensos troncos y una luna deforme que cubría gran parte de un techo…un techo, que simulaba el cielo.

Pero entonces, ¿dónde estaba?, se preguntará usted que escucha la historia. No podría decirle más que lo obvio, que estaría seguramente en algún lugar con paredes…

Y se puso a caminar. En ningún momento pensó en correr. Caminó entre los espinosos árboles sin oponer resistencia, rasgándosele así las ropas, la chaqueta, la camisa y perdiendo la corbata. Los pantalones también sufrieron cambios, y los zapatos, pero su expresión era impasible. Un rostro totalmente inexpresivo que no se alteraba por nada mientras dejaba el paisaje pasar, perdido. Caminó entre la vegetación y el silencio. ¿Cuánto tiempo? Quizás mucho, quizás no tanto. Tampoco sintió cansancio. Empezaba a parecer una alucinación pero, de algún modo, él sabía que no lo era.

Entonces la luna se convirtió en real, el hielo en gotas de las hojas empezó a derretirse a su alrededor y en algún lugar interno del bosque una risilla cantarina  hacía acto de presencia. No preguntó quién era, sólo se dirigió hacia ella.

Silencio... Y la risa de nuevo en un lugar distinto. Corrigió la dirección. Silencio otra vez. Un silencio extraño, vacío. La risa, delante, en algún punto cercano. Caminó un poco más deprisa. Se detuvo, escuchó y se sentó. Pasó el rato envuelto en ese silencio tan peculiar, mezclado con el sonido del goteo lento e incesante del agua que iba resbalando hacia el suelo. Cerró los ojos sin temor que el entorno volviese a cambiar. Al abrirlos observó, encaramado a un árbol, un duende. Entre la oscuridad de esa ¿noche?, entre las hojas puntiagudas de aquellos árboles, sobre una rama mohosa y rugosa del tronco de un árbol del mismo aspecto.

Un trueno, dos. Un relámpago. Otro trueno. Silencio.

El duende parecía inmóvil. El guerrero se acercó, le miró y él le devolvió la mirada. Tenía un rostro verde pálido, unos labios inflexibles, un pelo rojizo y revuelto, las orejas puntiagudas, y en una de las cuales, colgaba un cascabel plateado. Un gorro verde oscuro le cubría la cabeza y al final de este un aguijón. Un extraño aguijón de hielo. Pero lo más extraño eran sus ojos, cerrados. No necesitaban estar abiertos, así ya veía suficientemente bien, o tal vez, no necesitaba ver. El guerrero le preguntó su nombre, qué hacía allí, si estaba solo, qué lugar era ese, quién era él mismo y si debería importarle algo… pero no respondía. Aún así, bajó del árbol y se plantó justo delante de él, de pie, recto, pálido. Pudo ver entonces su vestimenta, similar a un arlequín, se le ajustaba al cuerpo dejándole visibles sólo el cuello, las manos y los pies descalzos. El duende le escudriñaba con esa mirada inexistente y al rato se dio la vuelta y se largó.

El personaje del guerrero de uniforme rasgado y zapatos rotos, sin corbata, se planteó seguirle y tras un momento de vacilación caminó cauteloso, sin saber el motivo, tras él. El duende no corría pero no iba despacio. Empezó a oír el sonido de agua cayendo. Llegaban al manantial del lago. El duende se metió en una cueva gris y el guerrero le siguió.

En este momento tú que me escuchas narrar te deberías preguntar varias cosas, como qué le pasó. Te lo deberías preguntar ¿no crees? Mi intención no es cortarte el hilo de la historia, pero tal vez se dé el caso que no me prestabas atención, pues te cuestionabas otras cosas anteriores, mostrando tu desconcierto o desaprobación. Estarás pensando tal vez ¿qué tipo de guerrero es este? ¿Por qué es o parece tan antisentimental? ¿Por qué llamamos guerrero a un simple hombre de negocios de empresa? ¿Por qué no mujer? Está bien, ¡que sea una mujer!, con falda, sin falda, eso no importa. Es más, el personaje no cambiaría, tendría el mismo uniforme, la misma expresión, los mismos… sentimientos perdidos, todo, pero sería mujer. Y tal vez no fuese empresaria, tal vez se dedicara a escribir, o trabajase en un supermercado 24h, o podría ser una arquitecta, o una azafata… Es igual porque simplemente se trata de un ser humano, como cualquiera de nosotros, que en un momento de su vida se ha dejado caer por un abismo vacío en busca de su razón de ser, de su esencia. O dime, ¿acaso nunca te has preguntado quién eres, de dónde vienes y a dónde vas? Así pues continúo.

Ella entró en la cueva y el duende la miró con un gesto sorprendido desde el fondo. Una luz salía de sus ojos. Ella le miró extrañada. No le importaba ya que le saliera luz de los ojos, ni siquiera le hubiera importado que le salieran gusanos de la boca. Empezaba a creer que todo era posible. Por algún motivo que desconocía sabía que en los lugares había estado, en ese lugar en concreto, nadie excepto ella se daría cuenta. Era muy diferente del lugar donde había nacido. Se acercó al duende ya que no tenía más entretenimiento. Pasase lo que pasase nadie se daría cuenta.

Tenía el presentimiento, la persuasión de los recuerdos, pero los recuerdos en sí ya no existían. No era capaz de recordar lo que sabía que tenía que estar ahí en su mente. Cuaando estuvo a rozar del duende éste la amenazó con el aguijón. Ella no se retiró, no sentía ningún instinto de supervivencia. No sabría decir cuál de los dos era más impasible, más irreal, más sentimental o no… estaban allí y ese era el hecho. Y el aguijón entre los dos.

Una voz etérea entró en la cabeza de la guerrera, una sensación de desnudez. En parte sentía que no le importaba nada pero por otro lado algo por dentro la hacía ir avanzando y estaba confusa, muy confusa. “Si de verdad….” – dijo la voz en su cabeza, - “… no te importara nada, no estarías aquí. Estarías muerta o algo parecido. No serías ni una cosa ni la otra, estancada entre la vida y la muerte sin ser consciente del tiempo, de ti ni de tu alrededor. Pero, sólo tú puedes saber qué es lo que te empuja a hacer lo que deseas. Lo que realmente te importa.” Y ella, observando esos ojos inexistentes, cerrados, pensaba. ¿Sería cierto que en algún lugar la esperaban? ¿No era falsa esa sensación infinita que sentía de cambiar algo? ¿La necesitarían en algún lugar? ¿Por qué no recordaba nada?
- Duende, ¿cómo te lllamas? – La respuesta no se hizo esperar. Esos ojos parecían mirarla.
- No me llamo de ninguna manera… Aunque una vez tuve un nombre. Ya no me acuerdo. Dejé de recordar cosas hace mucho… Tú no deberías olvidar el tuyo. Sin tu nombre no hay vuelta atrás. – Ella no supo qué responder. Todavía reflexionaba, ¿cómo se llamaba? ¡Vamos recuerda!
- ¿Por qué no hay vuelta atrás? ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué no recuerdas tu nombre? ¡¿Cómo me llamo yo?! …

Un par de lágrimas saltaron al vacío. El duende le levantó la cara. Puso su mano en la frente de la guerrera. Algunas imágenes pasaron por su memoria en blanco. Y se fue llenando… una voz que la llamaba: Valkërea, ven Valkërea ¡vamos! Llegas tarde… ¡Felicidades!...¡No hagas eso! ¡Te he dicho que no! ¡suéltame! … era la voz de su hermano, y la suya y la de sus padres… Se llamaba Valkërea.

Ella abrió los ojos, le miró. Su expresión ya no era en absoluto antisentimental, ni impasible, era dulce. Pero seguía llorando… El duende le puso las manos en los hombros y le dijo:
- Yo no puedo volver atrás porque aunque recordase mi nombre ya no soy el mismo, ya no sería mi verdadero nombre. Yo ahora no soy nadie. Pero no dejes que te pase lo mismo, tú todavía estás a tiempo.- Sonrió como si supiera lo que pasaría.

- Duende…

- ¿Qué?

- Gracias, entre otras cosas, ahora sé que antes no me hubieras clavado el agujón. En realidad, aunque no te conozco… creo que es igual si eres el mismo que antes o no, pero sientes cosas, no quieres que yo me pierda en la inmensidad… 

- Al menos no todavía.  

- … y que sólo por eso creo que tu batalla no esta perdida tampoco, no tienes que darte por vencido al perder una lucha de tu guerra personal. Tal vez en aquel momento no estuvieras preparado, pero hasta ahora has ido aprendiendo, reflexionando… te mereces otra oportunidad.


Él la miraba sentado en el suelo, ya a distancia. Había dejado de llorar y se mostraba más concentrada. Sabía que pronto se iría, que volvería al mundo de donde había venido. Y él, se quedaría de nuevo solo. Era la única compañía que habría podido tener pero quería que volviera porque notaba, percibía, en ella algo singular. Era distinta a lo que él había sido. Quizás lo podría conseguir.

- Duende…

- ¿mmmh?

- Abre los ojos, déjame mirarte. Quiero saber qué hay detrás de esa apariencia.

- ¿Y qué esperas encontrar?

- Tu niño… ni siquiera entiendo quien soy yo, por qué… 
 
- Yo tampoco…

- … pero todos tenemos una parte profunda y pura en el interior que nos muestra tal y como somos de verdad… déjame verte… Necesitas un nombre nuevo.

- ¿Qué dices? … ¿Para qué lo necesito?

- Para volver. 

- ¿A dónde quieres que vuelve? Hace una eternidad que estoy aquí.

- No sé, a dónde yo vaya. Ven conmigo. Volveremos juntos. Abre los ojos…


Le miró fijamente, y esos párpados empezaron a abrirse… Poco después unos ojos verdes azulados como cristales le devolvían la mirada a ella con curiosidad.
 - ¿Y bien?
- Ikay.
- ¿Cómo?
- Sí, te llamarás Ikay
- ¿Qué es?
- Es la continuación de Valkërea.
- Sin Valkërea no hay Ikay y sin Ikay no hay Valkërea, ¿no es cierto?
- Sí… seremos uno.
- Tu voz suena muy tranquila…
- Y la tuya muy suave, indecisa todavía.
- ¿Sabes una cosa?
- Eres mi ángel de la guarda.
- Sí.
- ¿Volvemos ya?
- ¿He de ir contigo?
- Por supuesto… Valkërea Ikay…
- Por supuesto, vamos.

Se dieron la mano y salieron al exterior de la cueva. Cerraron los ojos y flotaron. Flotaron y soñaron. Abrieron los ojos y se vieron a ellos mismos, ella a ella y él a él. Se miraron entre ambos y de algún modo pasaron a ser uno en ella. Las nubes y la sensación de ingravidez desapareció gradualmente. Abrió los ojos, se giró entre las sábanas. Acabó de abrir los ojos y despertarse. Se levantó, abrió la persiana, se vistió. Se miró al espejo de su cuarto y supo que no estaba sola. Porque su ángel de la guarda estaba con ella.
Ella era Valkërea Ikay.


[Originalmente escrito en el año 2008 por Valkërea.]

lunes, 16 de mayo de 2011

La Leyenda

Te contaré una historia, joven.

Una historia que hoy en día no muchos conocen, y menos aún, creen todavía en ella.

Se dice, que largo tiempo atrás, hubo un mundo, donde convivían diferentes criaturas, razas ya olvidadas por el humano: Elfos, Hadas, Duendes, Barbaros e incluso Dragones, de todos las formas y colores que puedas imaginar.

Cientos de razas vivían y luchaban, alianzas y guerras llenas de magia y espadas.
Grandes batallas se libraban entre guerreros y magos luchando por obtener el honor y la gloria de ser los más poderosos.

Los Elfos, altos, elegantes, con una inteligencia y vida muy superior a la de los humanos, en su mayoría eran magos, pero también estaban entrenados en el arte del combate con espadas, arcos y flechas.

Se dividían en diferentes territorios, según su raza. La mayoría de ellas vivían en bosques, apartados del resto, pero sobretodo, no les gustaba mezclarse con los humanos, tan influenciables y contaminados por la maldad de sus corazones.
Otros, sin embargo, preferían la vida de ciudad, les resultaba interesante la tecnología y las diferentes culturas que se pueden encontrar allí.

Las hadas, sin embargo, sólo podían vivir en bosques y lugares rodeados de vegetación, puesto que sin la pureza de esta acabarían perdiendo su fuerza y marchitaría su vida.
Eran conocidas como las Hijas de la Naturaleza, puesto que podían hablar con las plantas y tenían poder sobre toda vegetación.

Los duendes eran, en cambio, libres de elegir el tipo de vida que deseasen puesto que no dependían de ningún lugar para poder vivir. Habían de los que vivían en bosques, en montañas, en ciudades, en minas...
Podías encontrar desde duendes del bosque, hasta pequeños comerciantes en ciudades, hábiles mineros o duendes de montaña que podían hacer un poco de todo.


Los Barbaros sólo podías encontrarlos en grandes minas, viviendo en sociedad apartados del mundo, o en ciudades. Eran los maestros de la herrería, su raza era la más hábil cuando se trataba de asuntos tanto de espadas como de cualquier tipo de armadura o escudo, pues eran unos guerreros innatos, amaban el combate y poseían una fuerza igual a la de los Orcos. Eran toscos y bestias, no eran amigos de la naturaleza, y mucho menos, de la magia.
Aún con todo,  se decía que tenían secretos que podrían desequilibrar el orden de las razas.

También había humanos, los cuales poblaban la mayor parte del mundo. Su longitud de vida, sin embargo, era mucho más corta que el resto de las razas. En cambio, tenían una habilidad increíble para adaptarse a cualquier tipo y estilo de vida, podías encontrarlos en bosques, ciudades, minas, montañas y llanuras. Los había magos, guerreros, druidas, hechiceros, mercenarios e incluso comerciantes de toda clase.

Pero no solo habían razas humanoides, también había Dragones, Orcos, Grifos, Unicornios...
Había tantas razas que era imposible contarlas con las dos manos, vivían en el mar y el aire, sobre tierra y bajo tierra. Todas tenían sus propias reglas y poderes, las había grandes y pequeñas, todas diferentes y únicas a su vez.

Aquel mundo era algo tan increíble que todos tenían siempre algo que hacer, todos tenían su lugar.
Era un mundo impresionante, lleno de magia en el aire, donde la honradez y la lealtad a sus ideales estaban a la orden del día.

Un mundo gobernado por todos y por nadie.

Hasta que un día, sucedió lo insucedible.

Poco a poco el humano fue tomando control del mundo.
El humano era de por si propenso a destruir, pues su corazón tendía hacia la maldad y el caos.
Declararon la guerra a todas las razas, tratando de gobernar el mundo.
Mas la Madre Naturaleza no podía permitir que el humano acabase por destruir el mundo y las razas, no podía permitir que el humano acabase con ese mundo. Así que no tuvo más remedio que hacer desaparecer al humano de aquel lugar tan màgico.
No los destruyó, pero si los separó del resto de las razas.

Se dice que todos seguimos en el mismo mundo, sólo que estamos separados por un plano paralelo.
Seguimos viviendo en la misma tierra que ellos, pero ambos planos han tomados rutas distintas.
Uno continuó en harmonía después de desaparecer el humano y el otro siguió un curso distinto, gobernado únicamente por este, llegando a ser lo que hoy en día conocemos como nuestro mundo, un mundo en el que la magia ha muerto y las diversas razas cayeron en el olvido con el tiempo, logrando así que el humano gobernara todo lo que tenía sin destruir el equilibrio.

Hoy, todo aquello se ha convertido en nada más que historias fantásticas y cuentos para niños.
Sin embargo, aún hay humanos, que a pesar de la fuerte influencia en el mundo de su sociedad, son capaces de ver más allá, son capaces de entrever a través de los mundos, capaces de sentir la magia y la Madre Naturaleza.
Para heredar este don es necesaria una única condición, y es creer en la magia, en las criaturas, y en ese mundo...
Esas personas, ésos que de algún modo  heredan la fuerza y el poder para percibir algo, más allá de su mundo, esos son los que algún día, llevaran de nuevo a la raza humana al mundo que les pertenece, al mundo de todos y de nadie.

Se cuenta también, que todo sucederá gracias a la unión de una Maga y un Dragón.

viernes, 17 de julio de 2009

Valle de los dragones, barranco afilado - Ryan

Estaba en un terreno barrancoso, sentado al filo de la garganta, esperando ilusionado ver un dragón dorado. Era un chico delgado, medianamente alto, con unos rasgos afilados y una mirada soñadora. Sus ojos eran de color verde mezclados con un color avellana.

Estaba todo tranquilo, cuando de repente comenzó a oír gritos en la distancia, unos gritos que no esperaba oír ni tampoco lo deseaba.

-¡Ryan, Ryan! ¡Estás muerto, te vas a enterar!
Ryan se giró de golpe, se tensó y de repente comenzó a ponerse nervioso, era Chus. Ryan sabía que se había enterado y por eso se alejaba del pueblo cada anochecer...

-Chus espera, te lo puedo explicar... por favor, escúchame.

-No me vale ninguna explicación, no tenías por qué meterte en mi terreno, sabías lo que había, sabías cómo estaban las cosas y aun así te has metido en medio.

-No vas a salir impune de esta Ryan, te lo voy a hacer pagar...

-¡Chuus no! ¡Estate quieto, déjale tranquilo!

Ambos se giraron, para su sorpresa era Dulcinea que corría hacia ellos con la cara empapada en lágrimas.

-Chus por favor, escúchanos, no es sólo culpa suya…

-No hay nada que escuchar, se ha metido en mi terreno e intenta arrebatarme tu amor.

De repente Chus se lanzó sobre Ryan, forcejearon unos momentos y Ryan perdió el equilibrio. No se habían percatado de que estaban en el borde del Gran Barranco de los Dragones, donde se contaba que en los atardeceres en el que el sol pintaba el cielo de color naranja-oro, salían los Dragones Dorados a volar dejándose ver de vez en cuando por los humanos.

Mientras Ryan y Chus seguían forcejeando, se oyeron algunos rugidos susurrantes, en la distancia...

En un movimiento brusco de Chus, Ryan perdió de nuevo el equilibrio, pero esta vez no tuvo tanta suerte de caer al suelo, resbaló y cayó precipitadamente al vacío. Mientras se lo tragaba la oscuridad, Dulcinea miro con rabia a Chus, tenía la cara empapada en lágrimas y roja de tanto llorar.

-¿Por qué lo has hecho? yo le amaba, le amaba tanto como te amo a ti... Jamás dejaré de amarte, no entiendo porque lo hiciste...

Dulcinea abrazó a Chus mientras lloraba desconsoladamente la pérdida de Ryan, cuando de repente oyeron un fuerte rugido a sus espaldas, un rugido que se elevaba en el cielo. Ambos miraron al cielo sorprendidos por el rugido, se quedaron momentáneamente petrificados ante la escena.

Un Gran Dragón Dorado que se erguía en el aire, salió del oscuro Barranco y lanzó una llamarada al aire mientras rugía de nuevo...

Dulcinea observo que Ryan estaba en las garras del dragón, inconsciente. Se alegró y grito su nombre.

-¡Ryan, oh Ryan!

Dulcinea se giró mirando a Chus con una sonrisa de felicidad inigualable.

-¡Está vivo, está vivo! tenemos que salvarle, por favor Chus, ayúdame, hazlo por mí, ayúdame a salvarle.

Chus estaba asustado, sabía que si el dragón les atacaba no podrían hacer nada, únicamente se convertirían en comida o un sencillo aperitivo... Sabía que no deberían haberse acercado a terreno de Dragones.

Para sorpresa de ambos, el Dragón bajó a tierra, depositando a Ryan inconsciente sobre el suelo.